Así se autodefinió en una entrevista para MTV en 2015 uno de los directores de cine más influyentes de nuestra época. Muchos han increpado a Tarantino por el uso y abuso del recurso de la violencia en las películas, pero él sigue firme en su postura. Incluso llegó a decir que sus películas son aptas para niños de 12 años en adelante. Lo cierto es que al ser tan polémico, ha tenido que defenderse de muchas acusaciones, pero él hace una invitación a diferenciar entre el mundo del cine y la realidad. Muchas personas creen que toda creación artística tiene que dejar un mensaje positivo o una enseñanza valiosa, pero las películas también pueden ser para divertirse. Y según Quentin, claro está, la violencia en la pantalla es divertidísima.
Disparos, revanchas sádicas, peleas surreales, drogas, cowboys, samuráis y mucha, pero mucha sangre. Solo para la saga de Kill Bill, el departamento de efectos especiales declaró que se usaron 1703 litros de sangre de utilería. Y Tarantino no quería cualquier sangre: según él, la sangre digital se ve falsa, y la que usan en Hollywood es muy oscura y espesa. Prefiere la sangre más liviana, que puede volar a chorros desde un cuello recién cortado y salpicar de cuerpo entero al asesino, dándole un efecto grotesco y exagerado. Así, sus películas abandonan cualquier pretensión de realismo para buscar impactarnos visualmente, mantenernos pegados a la pantalla y adentro de la historia de principio a fin. Sin embargo, no fue el director de Pulp Fiction quien inventó este tipo de cine. De hecho, menciona en varias entrevistas la gran influencia del animé y el cine japonés en sus creaciones, donde se lleva la violencia sangrienta a niveles mucho más extremos de lo que Hollywood sería capaz de soportar.
Por otro lado, es interesante resaltar el tipo de protagonistas que elige Tarantino, qué tipo de personajes están sosteniendo el machete o apuntando la pistola antes de hacer correr sangre en el set. En muchas de sus películas busca revertir ciertas dinámicas de poder donde las víctimas se convierten en victimarios, y los victimarios en víctimas. Como en Bastardos sin Gloria, situada durante el holocausto, donde una judía incinera una sala de cine llena de nazis. O en Django, que transcurre al Sur de Estados Unidos cuando la esclavitud aún era legal, donde un esclavo liberado ejecuta una sangrienta venganza contra esclavistas y un terrateniente retorcido y cruel.
Tarantino elige contar historias universales que han existido siempre en la narrativa, siendo un claro ejemplo la venganza. Y, en las palabras del director, las venganzas muchas veces son exageradas, desprolijas y hasta caóticas. Sino, pregúntenle a la pobre Uma Thurman, que debe seguir limpiándose la sangre de cotillón después de todos estos años.
¿Será que divertirnos con el cuero cabelludo volador de Lucy Liu en Kill Bill nos ha hecho más insensibles? ¿O tal vez fue el disparo accidental de John Travolta en Pulp Fiction, que llenó el auto de sesos, el que nos quitó la seriedad sobre un tema tan fuerte como la muerte? Como sea, en algo la pegó Quentin con su fijación por la violencia en el cine, de eso no quedan dudas.